Lo que hoy llamamos “Música Occidental” se ha ido convirtiendo a lo largo de milenios en un acúmulo gigantesco de porquería intelectual aderezada con nigromancias religiosas sin que nadie se haya detenido a tratar de poner orden en este desastre. El abuso de tanta rancia irracionalidad ha logrado que sea terreno vedado a la razón y que solo sea accesible mediante el abuso de memoria y la repetición; del sufrimiento, en suma. Desde Pitágoras, que quería llegar a las doce notas combinando siete series diferentes de siete notas cada una, pasando por el monje Guido de Arezzo que se le ocurrió grabar música con tinta para que sus melodías no se degeneraran al ir de un monasterio a otro. Diseña el solfeo con la idea obsesiva de evitar tocar el tritono maldito que invocaría a Satanás, arrastrando a cualquier buen cristiano a los infiernos más terribles, idea que entusiasmó al Papa de la época y que ordenó su aprendizaje. No podía faltar otro monje, Miguel García alias «Padre Basilio» que en las postrimerías del siglo XVIII le puso tantas cuerdas a la guitarra que se encontró con el problema que no tenía dedos suficientes para tocar tres notas con seis cuerdas usando sólo cuatro dedos, así que se dedicó a organizar posturas ortopédicas para que el nuevo instrumento no sonara horrendamente mal. La mayoría de los músicos desconoce que estamos en el siglo XXI, que sabemos contar hasta doce, que tenemos dispositivos para grabar la música mejores que la tinta china y que tenemos cinco dedos en la mano derecha con los que seleccionar qué cuerdas tocar y no solo un muñón deforme para rasgarlas. Sabemos que el sonido se produce en la conciencia auditiva. Sabemos también cómo oímos en base a nuestra anatomía y hemos hecho estudios neurocientíficos con los que hemos definido la armonía en base a las disonancias relativas subjetivas e incluso que lo más importante, el ritmo, es lo que dibuja la música. La música se diferencia del ruido en su simplicidad, y si algo odia un cerebro sano más que los sonidos complejos son las aplicaciones prácticas de las teorías irracionales que no dejan espacio a la lógica. Harto de llevar más de cuarenta años tratando de entender lo incomprensible, llegó el momento de desarrollar una Teoría de la Música que explique de forma simple lo ridículamente simple. Tan simple que hace accesible a este arte tan bello a cualquiera que tenga un rato y ganas de pasárselo bien.
Música a Todo Color
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